Detalles sobre la novela “Una vida fuera de línea”



En esta entrada quería hablar de una novela que publiqué de forma discreta hace unos meses. Así que mi objetivo es satisfacer la curiosidad de quien tropiece con la historia y quiera saber algo su concepción y el proceso creativo que la formó.

 

Durante unas horas de caminata por la sierra, en solitario, acompañado de bonitos paisajes y buen clima, se formó la historia que quiero comentar. A partir de una extraordinaria experiencia personal, una canción y un sueño que había tenido poco tiempo antes vislumbré una vida que contar. La historia de un hombre que había vivido una vida increíble pero que al mismo tiempo le tuvo y le tenía atrapado hasta un punto inimaginable. La historia de J. y su relación a distancia con G. tiene su materia prima en las ideas que comentaba (experiencia y sueño), que junto con la fuerza y letra de una canción y la imaginación de juntarlo todo, mezclarlo, llevar el concepto y el carácter del protagonista hacia un extremo, definieron la historia propiamente dicha.

De la experiencia personal no voy a comentar nada, excepto que me cambió: me conocí mejor e intentó mejorar. Pero sí puedo hablar de las otras dos ideas: la canción y el sueño. La canción es See Me Fight, que el propio protagonista cita en la historia. Me parece emocionante y potente. La escuché muchísimas veces antes de imaginarla en esta historia y la sigo escuchando. Siempre me activa. Y, por último, también está el sueño que tuve una noche y que hizo que me despertara con una sonrisa. Tenía que ver muy (muy) tangencialmente con la vivencia personal que comentaba antes. Un resumen sería el siguiente:

Yo soy un hombre anciano que recibe un mensaje electrónico. Una amiga de quien no sé nada desde hace muchos años me escribe para contarme que ha tenido un día maravilloso junto a su nieta. El sueño es muy simple, no pasa nada más que eso, ahí termina. Pero me deja a mí, el anciano, muy contento por recibir ese mensaje inesperado y porque mi amiga haya compartido su felicidad conmigo.

 

Supongo que, cuando caminaba por el Montgó, ese reciente sueño se juntó con la canción y mis vivencias, y se evidenció una historia que contar. Al llegar a casa escribí en un folio las ideas claves de ese posible relato. Mientras preparaba esta entrada he leído ese papel y me he dado cuenta que la historia se mantuvo bastante fiel hasta lo que terminó siendo. Estas son las notas iniciales del día de la concepción:

Un hombre de avanzada edad inicia un repaso escrito, sin querer reescribirlo, ni saber por qué lo hace, ni a quién se dirige, sobre toda una vida de relación por email con una mujer de otro país con quien, tras infinitos mensajes, no se ha visto nunca porque esa fue la condición mutua con la que empezaron muchos años antes (primeros años de internet, ellos tendrían aprox. 25 años).

El relato seria desordenado, a medida que el hombre recuerde ideas, lea emails importantes, recupere extractos de diarios de su vida…

El relato se inicia porque en el presente ha pasado alguna cosa relevante que no se resuelve hasta el final.

ÉL: soltero, vida solitaria, con poca familia. ¿Trabajo solitario? ¿Creativo: pintor?

ELLA: viuda, hijos y nietos, con la familia no muy cerca. ¿Doctora?

 

Quiero comentar distintos aspectos que de forma natural surgieron desde el principio para desarrollar la escritura. Son los aspectos que me planteé al mismo tiempo que formé la trama. Al final cuando terminas la novela y la lees, te preguntas si la unión de todas estas decisiones han servido para que la novela consiga o no el éxito de su razón de ser, por aquello por lo que la escribiste. Me atrevería a decir que sí.

 

Desde la misma génesis estuvo claro quién tenía que ser el narrador de la historia, el propio protagonista; también cuándo la contaba, en un momento en el que ella había interrumpido el intercambio de mensajes; dónde la escribía, en un nuevo archivo de texto de su ordenador, y con qué motivo empezaba a escribir, para sobrellevar el silencio.

Todo esto me concretaba mucho cómo debía escribir la historia. Al mismo tiempo, me otorgaba una libertad inmensa para elegir qué cosas contar, cómo, en qué orden, a raíz de qué…

Por otra parte, el lenguaje dependía del nivel cultural y social del propio protagonista, de si escribía para él o pensaba que escribía para un potencial lector. No era lo mismo. Y tampoco podía ser siempre homogéneo, porque no escribimos siempre igual, unos días estamos más inspirados que otros, y el personaje había elegido que no revisaba lo que escribía, por tanto, su estado de ánimo debía afectar claramente a cómo se expresaba en cada nueva entrada.

Sin duda, la parte decisiva de la novela (como siempre) son los personajes, en especial el personaje protagonista, su carácter, su forma de ser, sus decisiones, sus anhelos… Pero por fortuna tenía total disponibilidad para elegir y moldearlo a mi parecer. Todos los pasos de su vida y los de su amiga estaban por definir. He de decir que la mayor parte de la caracterización de los personajes se decidió con la propia escritura, a medida que escribía nuevas entradas los personajes cobraban vida y se fueron completando de forma natural.

Sin embargo, esta libertad con la que me propuse escribir desde el principio, hizo que más tarde, cuando ya eran muchas las informaciones que se habían relatado, se presentaran unas pocas incompatibilidades. Por ejemplo, a nivel de fechas o de presencia o no de según qué personaje en determinados momentos. Todas, resultaron de fácil corrección.

El carácter y los hitos más importantes de J., el personaje principal y narrador, estuvieron claros desde la primera entrada. Ya en el papel de resumen inicial escribí que él debía ser un hombre solitario, soltero y con un trabajo creativo como pintor. Que fuera un pintor de éxito, servía para contraponer su fama con una vida privada tan particular. Algunas características eran obligatorias: su relativa obsesión, su idealización, el amor incondicional… Otras estaban por decidir. Una tarde de domingo escribí la primera entrada, prácticamente como llegó hasta la versión final. Unas dos mil palabras. Y el personaje se mostró cómo quería ser. A partir de entonces, J. ya estaba en mi cabeza.

Ella, G., tenía dos vertientes. Por un lado, la principal, como J. se la imaginaba y hablaba de ella, y, por otro, como era de verdad, tal y como le escribía en los extractos de los mensajes. Pero en el fondo no había diferencia alguna, porque J. había ensalzado la figura de G. a través de todo lo que ella le hubiera escrito. G. podía ser una mujer corriente, con sus virtudes y defectos como cualquiera, podía ser buena o mala persona… las posibilidades eran infinitas, pero la verdad era que no importaba como fuera en realidad, ya que al ser J. quien siempre iba a hablar de ella y quien seleccionaba los extractos de sus mensajes, la realidad se vería condicionada al primar las partes positivas por motivo de su idealización. De modo que la acepción que el lector tuviera sobre G. iba a resultar a la fuerza en parte incompleta por ser J. quien nos habla de ella y no tener modo de conocerla de verdad. Esto es una suerte porque es el lector quien debe imaginar cómo es G. en realidad. Tal y como la muestra J. o con matices. He ahí la cuestión.

En cuanto a los personajes secundarios (hermana, sobrina y sobrino), se formaron a medida que aparecieron en la historia o a medida que J. escribía sobre ellos. Siempre de modo que mejoraran el conjunto y la historia.

 

El mayor reto con el que me encontré fue conseguir que la evolución clara que sufre el protagonista al ponerse a escribir y repasar todo lo quiere contar se plasmara de forma correcta en la manera en la que escribe, el lenguaje que utiliza, los temas que elige, lo que dice y lo que oculta. Sobre todo, debía notarse el cambio profundo que sufre cuando termina de relatar su viaje, cuando se desencadena la última parte. A partir de ese momento, el personaje piensa de modo muy distinto y, aunque en algún momento puntual intenta evitarlo, su objetivo ya no es escribir y repasar su vida. La escritura ya no es un modo agradable con el que sobrellevar su tristeza, sino la causa de sus males, el fruto de su amargura. Lo fácil hubiese sido entonces que J. dejara abandonadas sus memorias o las eliminase, pero no habría habido novela ya que el relato se hubiese interrumpido de forma brusca. Para mí, la gran dificultad se encontraba en cómo podía superar ese punto, cómo J. iba a seguir escribiendo a pesar de serle contraproducente. Finalmente, tras ese cambio de escenario, se produjo uno de los momentos más bonitos del proceso creativo, como si yo fuese J. y J. fuera yo. Momento en el cual ya no soy yo quién decide qué va a hacer un personaje, sino que es el propio personaje quien me evidencia qué quiere hacer, cómo va a terminar su historia. Él es quien decide.

 

Para cerrar esta entrada sobre la novela, quiero terminar con una sorpresa que me llevé cuando justo terminaba de revisar la novela. Ese momento en el que llegas al final y sientes que ya no podrás corregir, mejorar… la historia por muchas más veces que lo intentes. Durante la lectura apurada de las últimas frases del texto, sonó una canción cuya melodía venía como anillo al dedo a lo que yo sentía al repasar el último mensaje. Pero mi sorpresa fue mayor cuando miré su título y descubrí que no habría podido terminar mejor. De las más de 63 horas de música que tenía en la lista de reproducción, prácticamente todas instrumentales, con la canción que terminé la novela fue Goodbye For Now de Two Steps From Hell. Probablemente la que hubiera elegido J. como acompañamiento.

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